Las plantas ponen en práctica distintos sistemas para que sus semillas se dispersen lo más lejos posible, puesto que si éstas cayeran y se desarrollaran al pie de la planta madre la competencia por la luz y el espacio acabaría por dañar tanto a las semillas como a la propia planta. Para asegurar la difusión y supervivencia de la especie, la planta se especializa de tal modo que su fruto, y por tanto sus semillas, se alejen todo lo posible, efecto que consigue gracias a los animales, al agua y al viento, o a dispositivos de autodiseminación especiales.
Las plantas que confían su diseminación al viento se denominan anemócoras (del griego ánemos, "viento", y choréo, "diseminar"). El viento es un excelente agente de dispersión, utilizado por todos los frutos ligeros y dotados diminutos paracaídas o alas. Hasta en la ciudad, en primavera, el aire se llena de ligeros copos de "algodón en rama", de pelusa o cuerpos emplumados e incluso de pequeños planeadores capaces de utilizar hasta la menor brisa. Son los frutos de los chopos, los sauces, los oleandros, los aquenios caudados de las anémonas y las clemátides, el vello del diente de león.
Las sámaras del olmo, del arce, del carpe y del tilo, circulan por el aire y recorren distancias considerables antes de caer al suelo. Hidrócoras (del griego hydro, "agua") es como se denomina a las plantas que utilizan el agua para la diseminación. Los cocos madurados en las Antillas, por ejemplo, pueden llegar hasta las costas del norte de Europa transportados por la corriente del Golfo. En las riberas del Isar y del Inn, en las llanuras bávaras y austríacas, crecen flores alpinas cuyas semillas fueron transportadas desde los torrentes hasta los valles. Pero son los animales, tanto en la polinización como en la diseminación, los que generalmente intervienen en el transporte (diseminación zoócora: del griego zóon, "animal").
Muchas plantas tienen semillas o frutos con ganchos o partes adherentes que se pegan al pelo, a las plumas y a la piel de los animales, otras poseen tegumentos tan duros que no pueden ser atacadas por los jugos digestivos: el muérdago es uno de los ejemplos más típicos de esta categoría. Los tordos y los mirlos gustan de la baya pegajosa de esta planta y depositan sobre los árboles, junto con sus excrementos, las semillas intactas del muérdago, que al ser una planta semiparásita se desarrolla en los troncos de muchos árboles. Adheridas a las patas y a las plumas de muchos pájaros migratorios, muchas semillas viajan de uno a otro continente. Los insectos, los anfibios, los reptiles y sobre todo los mamíferos, favorecen la diseminación al alimentarse de todo tipo de frutos cuyas semillas son posteriormente depositadas lejos de la planta madre.
Los humanos juegan un papel muy especial en la difusión de los vegetales. Su intervención no es nunca casual, al contrario, siempre se ha debido a intereses prácticos, por lo que transporta las semillas de las plantas útiles a lugares muy diferentes de los originarios y en pocos años cambia la flora de toda una región. Finalmente, un restringido número de plantas procede con sus propios medios a dispersar las semillas a cierta distancia: el cohombrillo amargo (Ecballium elaterium) tiene frutos ovalados de color amarillo pálido, que una vez maduros se separan del pedúnculo y, mediante una explosión, lanzan lejos las semillas junto con gran cantidad de líquido. La Hura Crepitans debe su nombre al ruido seco que produce su fruto al romperse y proyectar las semillas a distancia. El fruto todavía verde de la Balsamina hortensis se divide de improviso en múltiples valvas, cada una de las cuales se enrolla sobre sí misma lanzando las semillas a varios metros de distancia.
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