miércoles, 19 de febrero de 2014

El mundo líquido

El mar filtra la luz solar. En relación a la cantidad de luz, la región pelágica se subdivide en tres subambientes: uno exterior, iluminado o fótico (hasta un máximo de 200 metros de profundidad); otro intermedio de penumbra, y un tercero, en fin, de perpetua sombra u oscuro (hasta las tinieblas de los abismos insondables).

Mundo liquido en las profundidades

El ambiente oscuro se inicia a una profundidad comprendida entre los 1.500 y los 2.000 metros. Dado que la profundidad media de los fondos marinos es de unos 4.000 metros (aunque en algunas fosas oceánicas supera los 11.000), la mayoría de los animales marinos está inmersa en un medio escasamente nada iluminado.

Entre los innumerables organismos que viven sumergidos, algunos prefieren la luz, otros la rehúyen, y otros en fin prefieren la penumbra uniforme.

La iluminación, sin embargo, no siempre es constante; la presencia o ausencia de nubes, la alternancia de las estaciones y la sucesión del día y de la noche, hacen que la luminosidad de las distintas profundidades varíe continuamente.

Cuando la superficie del mar está fuertemente iluminada, muchos animales descienden a los estratos profundos hasta que encuentran la penumbra que les resulta más adecuada; pero cuando el sol se pone vuelven a la superficie.

Este hecho explica que la pesca nocturna en alta mar sea mucho más fructífera que la diurna. Estos movimientos de desplazamientos de los animales marinos que se orientan por un estímulo luminoso reciben el nombre de fototactismos; son positivos cuando el animal busca la luz, y negativos en caso contrario.

El ambiente oscuro es el único que no está expuesto a apreciables variaciones de luminosidad. Incluso en los abismos más profundos viven organismos animales y vegetales adaptados a las bajas temperaturas, a las formidables presiones y a la ausencia casi total de luz.

Para los seres vivos sumergidos son tan importantes los efectos de la temperatura como los de la presión del agua. Algunas especies viven con temperaturas inferiores a cero (bajo el casquete polar, por ejemplo), y otras son temperaturas muy elevadas (como en las fuentes volcánicas). En las zonas tropicales, que se caracterizan por temperaturas relativamente elevadas y estables, se da la máxima explosión evolutiva de los organismos.

La diversidad de las especies es baja en los ecosistemas sujetos a factores físico-químicos limitantes, como en los casquetes polares y en las fuentes sulfurosas; por el contrario, es elevada en los ecosistemas en los que el factor más importante es la competencia entre organismos vivos, como en las barreras coralinas.

Los animales marinos son capaces de vivir a temperaturas distintas se denominan euritermos; por ejemplo, los peces que realizan migraciones desde el fondo hasta la superficie de los océanos superando fuertes variaciones de temperatura. Los organismos estenoterminos, en cambio, no toleran oscilaciones demasiado acentuadas de la temperatura.

Entre las especies estonotermas algunas son termófilas -precisan de climas cálidos-, mientras que otras son propias de los climas fríos y de las regiones polares.

Por lo que respecta a la presión, ésta aumenta aproximadamente en una atmósfera por cada diez metros de profundidad. Los animales que viven en el fondo marino a una profundidad de 6.000 metros tienen que soportar unas 600 atmósferas: una presión enorme, para defenderse de la cual se valen de las adaptaciones oportunas.

En general, los animales que viven en la zona abisal tienen una presión interna elevadísima, ojos reducidísimos o sustituidos por órganos peculiares, boca o paredes del estómago muy desarrolladas y dilatables que les permite alimentarse en abundancia (cuando se presenta la ocasión), para poder así hacer frente a largos períodos de ayuno.

Los animales que emigran de los estratos profundos a los superficiales (y viceversa) tienen que hacer frente a variaciones de presión; por eso están dotados de vejiga natatoria (un órgano capaz de ejercer presiones internas convenientemente distintas) y de escamas superficiales, dispuestas de tal modo que forman un envoltorio capaz de contraerse o dilatarse según las necesidades.

Interesante a este respecto es el comportamiento del cachalote que, aun cuando carece de la vejiga natatoria típica de los peces, es capaz de desplazarse sin problemas, en pocos minutos, desde una profundidad de 500 metros o más (con una presión de 50 atmósferas por centímetro cuadrado) hasta la superficie del agua, a la que tiene que volver periódicamente para aprovisionarse de oxígeno.

La profundidad también condiciona la vida de los animales y plantas marinos que viven permanentemente en contacto con el sustrato. Las rocas desnudas y los corales que caracterizan las profundidades moderadas, ofrecen refugio a distintos organismos que se adhieren a ellos de modo estable y a otros que, aunque se trasladan habitualmente a otros lugares para encontrar alimento, vuelven regularmente a las cavidades y anfractuosidades que constituyen su morada preferida. Muchos de estos animales están dotados de revestimientos más sólidos y robustos, de eventuales medios suplementarios de adhesión a la roca, o de órganos excavadores para abrir refugios ocasionales en los que poder hacer frente a las olas. Los fondos arenosos no tienen una extensión particularmente amplia.

Predominan en cambio los fondos de lodo constituido por un polvillo minúsculo transportado desde los desiertos hasta el océano por la acción del viento, o por el material orgánico derivado de la descomposición de los numerosísimos organismos microscópicos que pueblan las aguas superficiales.

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